En sus génesis, el psicoanálisis se hallo con
críticas y detractores provenientes de diversos ámbitos y sectores de la
cultura. Por una parte la ciencia médica, que no estaba preparada o vio con
escepticismo los descubrimientos de los fenómenos del psiquismo, pues
centraba sus pilares epistemológicos sobre factores físicos,
consideró a esta nueva ciencia como mera especulación. Por otra parte colisiono
con el paradigma positivista empirista (por razones casi obvias) en el
entendido de que los fenómenos del inconsciente no pueden ser probados en un
laboratorio o ser cuantificados. Desde otra esfera, la emergencia de las
“Ciencias del Espíritu” y la Fenomenología, que apelaban a la existencia de un
sujeto auto consciente y trascendental que se piensa a sí mismo, donde la
soberanía corresponde a la propia consciencia y no al llamado “psiquismo”,
representaban otro tipo de obstáculo para el asentamiento de la nueva ciencia:
los filósofos “llaman psíquico sólo a lo que es un fenómeno de
conciencia. El mundo de lo consciente coincide, para ellos, con la
extensión de lo psíquico”[1] y finalmente la
Psiquiatría, donde los fenómenos eran reducidos a causas somáticas,
anatómicas o químicas. Esta misma situación ocurriría con la sociedad en
general, es decir, con el mundo intelectual y con el pensamiento común y la
conciencia colectiva de la sociedad que le vio nacer.
Desde otra esfera (esto es lo interesante a mi juicio) y
siguiendo el texto podemos afirmar que las resistencias contra el psicoanálisis
están más relacionadas con el ámbito afectivo que con el intelectual,
precisamente por la importancia que juegan las pulsiones sexuales, pero que en
realidad fueron malentendidas o mal interpretadas puesto que en ningún caso se
referían al “esfuerzo hacia la unión de los sexos o la producción de
sensaciones en los genitales, sino, mucho más, con el Eros de El
banquete de Platón, el Eros que todo lo abraza y todo lo conserva”[2]. La resistencia está emplazada y fomenta lo que
Freud ha llamado “hipocresía cultural” en tanto la prohibición de la pulsiones
es tan potente que no da lugar una compensación al individuo que, en
apariencia, vive en un alto nivel de eticidad, pero en realidad sufre una
constante presión por las exigencias de la sociedad. La sociedad conoce esto,
por eso se resiste al psicoanálisis; a que se descubra sus puntos débiles; a
que salga a la luz la verdad oculta. Es necesario aclarar que no está dentro de
las ideas del psicoanálisis dejar ser libremente las pulsiones sino que
regularlas de una manera más apropiada.
Si algo causa más rechazo en la sociedad, es el incesto
y que lo pretende el psicoanálisis es “descorrer el velo de la amnesia de la
infancia”[3], no obstante, el Hombre no está dispuesto a
aceptar bajo ningún concepto que en su pasado existieron siquiera resabios de
aquello, tan sólo pensarlo; tan sólo el psicoanálisis le haga pensar en ello,
experimenta la más tenaz de las resistencias.
Las anteriores formas de rechazo tienen un carácter
interno, en relación con el sujeto, pero (como si fuera poco) también debió
enfrentar resistencias externas: Primero, debido al corto tiempo de vida
del psicoanálisis no se contaba con lugares donde se diera a conocer esta
técnica, situación que mejora con la creación, en 1920, de la Policlínica
psicoanalítica e Instituto de enseñanza de Berlín y posteriormente, en 1922, se
replica la experiencia en Viena, y segundo, dado el contexto social e
histórico, es probable que las resistencias estuvieran relacionadas con el
nunca acabado antisemitismo europeo dado que el gestor del psicoanálisis
fuera de origen judío, y si bien es cierto no hubo declaraciones
explicitas al respecto, no puede descartarse que haya jugado un rol
de importancia. Sólo basta recordar la quema de los libros de Freud en el
advenimiento del III Reich por motivos mi juicio variados, por una parte
el origen semita de Freud, por otro lado la importancia que el psicoanálisis le
otorgó a lo sexual (perversión para el nazismo) y por último el carácter
ilustrado de la razón que se pone en juego en esta nueva ciencia, considerado
corrupto del espíritu para los ideólogos de Hitler o para el pangermanismo
anterior a su ascenso.
Desde otro plano podemos plantear que el hombre se siente tan
humillado, que ya no está dispuesto a aceptar otra ofensa: para comenzar, como
amo y señor del universo, vino la humillación “cosmológica” cuando Copérnico le
hizo ver que la Tierra no era el centro del universo y que el Sol no giraba
en torno a ella, sino al revés , luego, como “amo de sus semejantes animales”[4], llega la humillación “biológica” con Darwin, quien le
dice que desciende de un animal, que no es distinto a un animal y por último,
la humillación “psicológica”, con Freud y el psicoanálisis que le dice
“al yo: no estás poseído por nada ajeno; es una parte de tu propia vida anímica
a la que se ha sustraído de tu conocimiento y del imperio de tu
voluntad”; le dice que hay algo dentro de sí, el inconsciente, de lo cual
no ha tenido noticias y que no puede manejar a voluntad, ya no es
auto-transparente, hay algo en él que desconoce y que no puede dominar y peor
aún, que es su culpa estar en esas condiciones por sofocar de manera
indiscriminada sus pulsiones. Tomando la experiencia de los dos primeros casos,
como planteara Freud, “a la larga nada puede oponerse a la razón y la
experiencia”[5]. Claramente, de lo antedicho provienen
las dificultades y resistencias al psicoanálisis cuyo camino no será un
fácil ni breve, de hecho en la actualidad aún debe enfrentar
críticas y detractores de los más variados ámbitos sean estos teóricos,
discursivos o culturales.