Karl
Marx inaugura su escrito señalando que la forma de trabajo como productora de valor de uso no posee ninguna condición
mística. Si la analizamos como objeto
que cubre necesidades humanas o la pensemos como una propiedad del mismo
trabajo humano. Nos dice que es claro que el trabajo humano altera las materias de la naturaleza para buscar
utilidad en ellas; las transforma. Pero al comportarse como mercancía, el
producto del trabajo adquiere un carácter místico, “La forma de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa.
No obstante, la mesa sigue siendo madera, sigue siendo objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a
comportarse como mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente
metafísico”[1]. Así da cuenta que el carácter de misticismo
de la mercancía no emerge de su valor de uso y tampoco de lo que determina su
valor, pues en el primer caso es claro que todas las diferentes formas de
trabajo y producto humano y por mucho que difieran estas, representan un gasto
de energía vital humana, sea nerviosa , musculosa o cerebral y en el segundo
caso, que se refiere a la magnitud de
valor y lo que la determina, que el tiempo utilizado en aquel gasto de
energía o la cantidad de trabajo invertido, en ambas situaciones y del modo en
que lo hagan, teniendo en cuenta que el hombre trabaja los unos para los otros,
el trabajo de ellos, cobra forma social. Entonces nuestro autor se hace la pregunta
de donde proviene el carácter misterioso que presenta el producto del trabajo
cuando aparece bajo la forma de mercancía, a saber, de cuando la igualdad o
equivalencia de los trabajos humanos: “asumen
una forma material de una objetivación igual de valor de los productos del
trabajo” [2],
dicho de otra manera: La fuerza humana que se gasta, medido por el tiempo de duración del proceso
mismo, determinan una magnitud de valor que traduce la función social de los
trabajos, en una relación social entre los mismo productos del trabajo, despojándolo
de toda cualidad. Entonces, nos dice, el carácter misterioso de la forma
mercancía estaría dado en que proyecta ante nosotros, el carácter social de los
propios hombres, como si de un carácter material de los productos del trabajo
se tratara, una supuesta “naturaleza” social de los objetos, encubriendo las
relaciones sociales que producción entre productores y el trabajo colectivo de
la sociedad, estableciendo una relación entre los propios objetos. Se torna una
relación fantasmal entre objetos que oculta la relación social concreta de los
hombres. A esto Marx le llama Fetichismo de la mercancía, efecto que es
inherente al modo de producción capitalista. El hecho de que los objetos
adopten formas independientes, se explica en que son productos de trabajos
privados independientes los unos de los otros, su conjunto, es el trabajo
colectivo de la sociedad. Al funcionar los trabajos privados como trabajo
colectivos por medio de las relaciones de cambio que se establecen entre
productos y a través de ellos, sus productores, aparece no las relaciones sociales entre
personas y sus trabajos, sino más bien como relaciones
sociales entre cosas.[3]
Y es en el acto cambiario donde se produce es desdoblamiento del producto del trabajo en objeto útil y la materialización
u objetivación de valor. Pero para ello los trabajos privados adquieren un
doble carácter social. Por un lado son trabajos
útiles concretos (satisfacen determinadas necesidades sociales). Pero para
que estos trabajos privados puedan ser objeto de cambio por cualquier otro
trabajo privado útil, debe buscarse un equivalente, dicho de otra manera, se
debe reducir a un carácter común como
desgaste de fuerza de trabajo, como trabajo
humano abstracto. Dicho esto,
los hombres no relacionan entre si los productos de su trabajo como valores a
sabiendas que estos son solo envolturas materiales del trabajo humano; lo hacen
en sentido contrario, pues equiparan precisamente los trabajos privados unos
con otros en la forma de valores, dicho de otra manera; equiparan sus trabajos
humanos como algo que no lleva escrito lo que es. “Convierte a todos los productos en jeroglíficos sociales”[4]
. Y estas formas adquieren ciertas
fijezas en el tiempo, por fuerza de la costumbre, se cristalizan, como si de la
naturaleza emergieran. Y así mismo surge una conciencia científica que piensa
los trabajos privados como independientes unos de otros, pero que aunque
eslabones de la División
social del trabajo, pueden reducirse a un grado de proporcionalidad que posee
características de ley natural reguladora del tiempo socialmente necesario.
Esta magnitud determinada por el tiempo de trabajo es el secreto que esconde las
valoraciones a las mercancías. Esta
manera de comprender estas formas, lo que hace es encubrir su carácter histórico,
por lo tanto pasajero y transitorio de las mismas, solo definiéndose por el
contenido de esas mismas formas; encubre las relaciones sociales y son precisamente esas formas las que
constituyen las categorías de la
economía burguesa [5].
Formas psíquicas aceptadas por el mundo social, objetivas y funcionan como un
régimen social históricamente dado que es la producción de mercancías. Esto se
evapora al comparar Marx, este modo de producción con otro anteriores a el.
Observa, imaginativamente que el modo de producción feudal, se trataba de una
relación de sujeción vinculante personalmente, y esto hacia que los trabajos y
los productos no revistieran formas fantásticas encubridoras de su realidad.
Dicho en otras palabras, la relaciones sociales de producción se nos aparecen
como visibles, al alcance. Es la economía política clásica la que pese al haber
estudiado las formas y dado con el contenido del concepto valor y su magnitud,
no se ha preguntado por qué este contenido reviste esa forma, por qué el trabajo
toma materialidad en el valor y por qué la medición del trabajo según el tiempo
de duración se convierte en magnitud de valor del producto del trabajo. Se
tratan, para la economía política, de formas que llevan implícitamente un
determinado régimen de sociedad en que es el proceso de producción el que
domina al hombre y no este sobre el. Pero el pensamiento burgués lo considera
como algo necesario por naturaleza, lógico y evidente, nos dice, como la propia
productividad del trabajo.
CLAUDIO
PEREIRA
Otoño
2008
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