Entendemos
por transferencia un género especial de relación respecto de una persona; es un
tipo característico de relación de objeto. Lo que la distingue principalmente
es el tener por una persona sentimientos que no le corresponden y que en
realidad se aplican a otra. Fundamentalmente, se reacciona ante una persona
presente como si fuera una del pasado. La
transferencia es una repetición, una reedición de una relación objetal antigua.
Es un anacronismo, un error cronológico. Se ha producido un desplazamiento; los
impulsos, los sentimientos y las defensas correspondientes a una persona del
pasado se han trasladado a otra del presente. Es primordialmente un fenómeno
inconsciente, y la persona que reacciona con sentimientos de transferencia por
lo general no se da cuenta de esa distorsión.[1]
Para comprender el concepto llamado transferencia, se hace necesario situarnos en dos posiciones, a
saber; un fenómeno observable que posee una explicación fenomenológica y lo que
Freud llamaría una explicación metapsicológica.
La
primera, es la resultante del traslado del afecto que corresponde a vivencias
del pasado en el presente, en este caso con el psicoanalista; se ven escenas
del pasado o los aspectos que corresponden a ella en escenas actuales
(temporalización). La segunda explicación – metapsicológica- la podemos abordar argumentando que se
produce un traspaso de energía libidinal que corresponde a una representación
de deseo inconsciente reprimido hacia una representación o palabra (pre-consiente)
que mantiene un tipo de relación asociativa desconocida por el “YO” pre-consiente.
Dicho en otras palabras, la “cantidad” de afecto correspondiente a la
representación – objeto – reprimida, perteneciente a sucesos de la infancia,
donde se vuelven correspondientes con representaciones de objeto de la vida
actual, del presente, y que resultan inusitadas y en general inadecuadas. En la
transferencia se “hace” actual el suceso infantil, que es su verdad material y arcaica en la intensidad del afecto
con que se revive la escena, sin recordarla en la actividad de la memoria consiente
(verdad histórica). La pulsión o deseo
reprimido, no está domado, solo se expresa como puro desplazamiento a un suceso
actual, que a través de la asociación revive aquella pulsión como si fuese
presente. En la transferencia tenemos la representación de un deseo objetal inconsciente
reprimido, cuyo “velo” logra retornar de lo reprimido, por un desplazamiento de
la energía a una representación pre-consiente. La actualización en términos
prosaicos, opera entre lo inconsciente y el “YO”, entre verdad material e histórica,
entre lo arcaico, lo primitivo lo perdido, en contraposición de un “YO” que se
resiste a ser devorado en las fauces de la perdida, ya que en ella habita la
angustia y el olvido.
Freud
como si de una lógica darwinista se tratase, plantea que la supervivencia del
yo se da en base a representaciones de extrema complejidad, porque en ella se
encuentra la posibilidad de reconciliación de este “yo” con el pasado y lo
perdido. El “yo” opera como un agente temporalizador, desde donde el mismo “yo”
actúa como un montaje y un relato.
Se
trata de una repetición que consiste en satisfacer en el presente y con una
cierta persona un deseo (realizado o fantaseado) con un objeto de la infancia
del sujeto, desde ahí, al servicio del
principio de placer. También se repite, sin embargo, el deseo fantaseado
edípico de la sexualidad infantil aunque nunca haya tenido satisfacción, por lo
que se transforma en objeto de deseo-fetiche a posteriori.
Esta
evidente relación entre inconsciente y tiempo – para el sujeto – se explica en
que todo proceso inconsciente se sitúa fuera del tiempo. No posee ningún atisbo
de cronología destructora del eje temporal que al carecer del tiempo, esta
siempre latente como pulsión, en esta actualización se nos aparece una
sustitución de una verdad material primaria, una independencia, una autonomía
del tiempo, y la sustitución de la realidad exterior objetal por una psíquica,
donde la alteridad de esa verdad material no puede ser apropiada por el aparato
racional del “yo” consiente. Es aquí, donde el “totalitarismo” del “yo” se
cruza en un gesto, un instante de extrañamiento entre la bestia reprimida y la
bestia represora. La perversión de lo inconsciente rompe con el eje temporal,
lo ante cruza, lo penetra y es ahí donde surge el “yo” como agente normalizador
poniendo orden. Desde ahí es donde actuamos, desde un “yo” que crea su propia
escena, en un montaje historiado, es como un actor que en su monologo se sitúa
de pronto en el ágora de Atenas como en las murallas de Ilion, de forma
simultánea, transponiendo tiempo, espacio y lógica en función de su monologo.
El
tiempo, aparece como la posibilidad de sacudirse de la angustia de lo perdido,
en un recuerdo racionalizado-temporalizado-actualizado, transformado en olvido
para así alejar la perdida original del paraíso de la lactancia y de la
perversión sexual originaria.
CLAUDIO PEREIRA
2009
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