El iluminismo nos abre a la posibilidad de un avance
de la humanidad, en un sentido lineal, con una meta, un lugar (telos), por alcanzar mediante la razón.
La ilustración y el progreso irían de la mano, este es su lema, pues como decía
Kant, pareciera que la humanidad ha alcanzado su madurez. El progreso humano
solo es posible en la medida en que el hombre se haga cargo de su propio destino,
a través del conocimiento, como también de su capacidad de relacionarlos con su
propia existencia. Benjamín hace una crítica al historicismo, que para él es la
herramienta del poder, un poder y saber que van de la mano, en un discurso
ideológico que justifica su propia necesidad de cubrirlo todo con ese saber y
sus logros alcanzados. Es el síntoma verosímil de la eficiencia y lo
incuestionable. El hombre al hacerse cargo del uso de su propia razón, debe
asumir el precio de ello. El racionalismo lava sus manos de este precio
pagado por la humanidad, no se hace cargo de su historia y de su propio origen.
Para Benjamín, el materialismo histórico da cuenta de ese mito, de la mentira que
el iluminismo y la modernidad encarnan, como portadora del horror en la historia
humana.
“La historia
la escriben los vencedores”, decía Voltaire. El historicismo selecciona en
forma intencionada, utilitaria, instrumental, hechos y situaciones históricas,
para sustentar su metarelato. En ese relato, la modernidad y el Iluminismo, se
constituyen en una verdad universal, como representantes del progreso y la
libertad humana, el fin del miedo. Los vencedores eligen su propia historia, la
historia ideal, perpetuando su triunfo sobre las fuerzas oscuras. Con esto el
poder alcanzado está a salvo. El historicismo ahoga y acalla las miles de
voces, los alaridos de dolor y sed de justicia. La teleología, al ser
sospechada, develada en su mito, dará cuenta de lo anónimo, de lo paralelo, lo
acallado y violentado por los triunfadores. El materialismo histórico rescatará
estas voces, estas historias que en nuestra realidad ya no nos hablan.
El tiempo homogéneo y vacío, reposa en el meta relato histórico y en su
repetición. La explotación del hombre, la violencia, el poder y la dominación,
son evacuadas del discurso del hombre y de la historia; el relato del
sufrimiento humano es un relato mudo, una mirada tal vez, un gesto. La fuerza
débil de la historia, la vida que no es vida, esclavizada, carente de sentido,
vacía, una “vida nuda” como decía Agamben. Lo mesiánico que es más que la
subversión, más que la revuelta, es la revolución que liberaría a toda la
humanidad, la derrota de las fuerzas fuertes eternas vencedoras, las fuerzas de
la otra ética, la del amor, la de los perdedores, la de la justicia. El hombre
reconocerá así su pasado, su verdadero pasado que no es el pasado que
aprendieron de los vencedores, que no es lineal, que no está cerrado. Solo así
el hombre dejará de estar ciego ante la venda que la concepción burguesa de la
historia, le entregó, con la promesa de que vería por fin la realidad y la
historia tal como es. Esto lo logrará el materialismo histórico.
La memoria, como concepto, poesía es. La vida desdeñada y maltratada, la
humillación y la penuria en la desidia histórica. La liberación de las
generaciones futuras y las del hoy, irá acompañada de las generaciones pasadas,
y hará justicia a esas voces implorantes de sentido, de su propio dolor y
sacrificio. El materialismo histórico se
hará cargo de esa tarea, preparará el camino a lo mesiánico, siendo lo
mesiánico ya, la redención y la
emancipación de la mentira universal de la historia burguesa. Viendo
nuestro pasado como presente, como nuestro a su vez, podremos darnos en totalidad,
hacer la historia y tomar el destino en nuestras manos a través del
materialismo histórico.
VI. Pensar el pasado no es tratar de reconstruirlo, es un sentir el
peligro de ser vencido por la fuerza opresora. Es no dejarse seducir por ella,
es decirle “No importa cuanta belleza me muestres, cuanto goce me prometas,
cuantas promesas me hagas, voy por ti…..” Así las voces de los vencidos, de los
engañados, podrán suspirar y descansar y sus sacrificios no serán en vano.
XVIII. La arrogancia del hombre, de pensarse a sí mismo como único en el
cosmos, como la máxima expresión de la vida evolucionada, no es más que un
ínfimo instante en la historia del universo. Ínfimo insecto el ser humano que
cree que la historia del universo le pertenece, decía Nietzsche, no es más que
un suspiro del Ser. La revolución que llegará a resumir este instante todo en
un suspiro de justicia y libertad.
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