Con el advenimiento del
Iluminismo, un proceso histórico que inunda por completo la vida social, se inaugura un
antropocentrismo sin precedentes en la historia humana. La idea de hombre,
madurez de la humanidad y su capacidad de autodeterminación le permite como
condición de posibilidad, reorganizar el mundo de forma racional, donde es la
propia razón el eje central de este acometido histórico y precisamente esta
virtud humana es llamada a constituirse como la única fuente de validez frente
a la producción de conocimiento.
El proyecto ilustrado, para
Stecher, es un “proyecto optimista que
identifica al sujeto con su conciencia
racional e intenta excluir todo resabio de irracionalidad o tradición”[1] separando del individuo
todo aquello relacionado con su
alteridad, alejándose frenéticamente del prejuicio (Gadamer), de la
superstición y de la costumbre, una tabula
rasa.
A partir de esto, el
romanticismo, vislumbra de antemano la cara oculta de las promesas de la
ilustración, ve desamparo, desarraigo,
dolor, pues la razón al servicio de los hombres, se ha vuelto un
instrumento de dominio y control.
El hombre comienza un
proceso de extrañamiento en relación a la naturaleza, y retorna a ella a través
de un mundo de representaciones dominado por el nominalismo en el lenguaje que
intenta dominarlo no solo la naturaleza y sus objetos, sino a si mismo.
Esto crea una especie de
vacío en el individuo; un desgarro. Situación que la reflexión estética del
romanticismo intenta resarcir, enfocando
sus fuerzas en reconciliar el aspecto racional del ideal ilustrado con aquella
subjetividad teñida de negatividad que soslaya. La intentar una reconciliación del sujeto con el mundo
desde el plano de la experiencia y no del conocimiento científico ni de la
técnica. En este escenario, el arte juega un rol fundamental como lenguaje que
exterioriza el sentir del sujeto desgarrado y a
la vez intenta reconstruir el
lazo con la naturaleza. (Modernismo a modo de ejemplo)
El romanticismo y su reflexión estética revaloran todas aquellas
cualidades sensibles del hombre planteando que éstas no lo desviarán en su
búsqueda de la verdad y del conocimiento, sino por el contrario, lo guiarán de
una manera más completa, lo potenciarán, pues hay algo que no calza con la
promesa del llamado ethos civilizatorio,
sin perjuicio de los grandes avances (modernización), del mismo modo, aparece
una creciente sensación de inconformidad, de insatisfacción. Por ese afán de
cientificismo y cuantificación, el hombre ha podido auto comprenderse de manera
cosificada, dado que en su afán por dominar la naturaleza, deja de ser parte de
ella. La idea de sujeto desgarrado hace
alusión a la pérdida “de la unidad primordial
con la naturaleza”[2], por lo que el
romanticismo hace un llamado a recuperar
aquello que lo define como hombre, a la armonía con la naturaleza, con los
otros y consigo mismo.
Para
el psicoanálisis, la “paradójica identidad de la ‘subjetividad’ humana”[3] tiene dos caras, una
luminosa y otra oscura, un sujeto que
está marcado por el desgarro (la
castración) y la alteridad (lo
consciente), entendidas ambas caras como constitutivas de la subjetividad
moderna, o dicho bajo los preceptos de Freud, originarias del aparato psíquico
del hombre. Para los ilustrados, la razón era la máxima y en este sentido, era
aquello que le daba el poder de dominar tanto la naturaleza como los otros sujetos,
y el psicoanálisis viene a configurar un esquema donde, dentro de lo consciente
hay algo que le es desconocido, extraño y que al parecer lo gobierna desde las tinieblas.
En este escenario, Stecher
sostiene que la postura de Freud es configurarlo (el psicoanálisis) de tal
manera de enlazar su afán
racionalista y la
noción de inconsciente
propiamente tal, con toda la carga subjetiva que este lleva, bajo los preceptos
y normas de la racionalidad subjetiva, es decir, aplicando las mismas reglas de las ciencias
naturales al psicoanálisis: el resultado de la subjetividad unida a la ciencia.
En definitiva, lo que busca es
reconciliar ambos aspectos del hombre bajo las reglas de la ciencia.
Si bien la idea de
inconsciente puede ser entendida como un duro golpe para el paradigma ilustrado,
pues socava sus principios auto fundantes, poniendo en movimiento la idea de
que hay procesos del psiquismo (inconsciente) que el Yo consciente no puede manejar
a su antojo, es más, desconoce cómo este actúa y los efectos que tiene en su aparato anímico y psíquico.
Con la multiplicidad de
información el hombre se vio enfrentando a cierta incapacidad de reflejarse en
ese conocimiento. No obstante, también puede
entenderse o interpretarse como
el entendimiento humano llevado a su máxima expresión, es decir, se llega a tal nivel de análisis, de
conocimiento que se descubre el inconsciente y, bajo el psicoanálisis, se utilizan todas las herramientas de las
ciencias para investigarlo y procurar, en la medida de lo posible, entenderlo.
Se produce un giro desde un hombre
“auto-transparente”, donde el ente es
capaz de comprender y conocer todo cuanto no es susceptible de conocerse en su
totalidad y por consiguiente imposible de dominar. La aparición, el
descubrimiento del inconsciente, es lo que cristaliza el sentir del
romanticismo, corriente que cuestiona de forma vehemente la postura ilustrada
por considerar que es ella la que da origen al desgarro del sujeto o sujeto
desgarrado, quien vive con un intenso sentimiento de pérdida, que lo agobia e
inquieta, pues “ha perdido para siempre sus vínculos sagrados con el mundo”[4] hecho que se ve plasmado en la creación
artística en forma de alienación y desgarramiento.
Esta situación se puede
asimilar a la muerte, mejor dicho, al
duelo por la muerte (trauer), pues se
perdió esa conexión con el mundo, ya no hay vuelta atrás, por tanto, el hombre
debe aprender a vivir sin ella, algunos se refugiarán en la ciencia (ilustración) y otros en la
experiencia subjetiva (romanticismo), pero a fin de cuentas, ambos asumen la
pérdida, sin embargo el camino que tomen marcará el tipo de duelo que llevarán.
Es conciencia racional y conciencia subjetiva; la dialéctica entre ellas
lo que busca aunar el psicoanálisis.
La transito histórico del
cambio de paradigma seria análogo al tránsito de la infancia a la adolescencia
que ejemplifica lo anteriormente expuesto: el adolescente reniega de todo
aquello que hacía cuando era un niño, como sus juegos y fantasías. Por una
parte asume y disfruta su nueva “situación” y su libertad y por otro lado no la
soporta (Kant) y añora lo perdido (Blake)
La tabula rasa ilustrada podría verse complementada en lo que el
romanticismo ve materializado con la irrupción del inconsciente, es decir, fenómenos
que van más allá de lo tangible, lo
cuantificable y que son constitutivas del hombre como un ente de “dos caras”, factor
que harían de la existencia una situación más completa en su propia precariedad.
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